Aquella madrugada nos bajamos del colectivo en la esquina del túnel que conecta las dos Villa Adelina. Ayude a mi amiga a caminar hacia la escalera y a descenderla, porque por su estado etílico no podía mantenerse en pie. Al ser casi igual que yo de tamaño, me costaba horrores conducirla hacia nuestro destino, es decir, mi casa, a una distancia de 10 laaaargas cuadras. Mientras avanzabamos lento por la avenida yo la escuchaba decir cantidades inmensas de incoherencias hilvanadas torpemente con carcajadas. Las pocas personas levantadas a esa hora nos miraban sin mucha amabilidad, molestas por la situación. Al pasar por el kiosko más cercano, un muchacho nos cruzó y me hablo. "Necesitás ayuda, ¿no?" Y a vos que te parece... dije sonriendo. Sonrisa tímida, por lo atraída que me sentí hacia él en el momento que se encontraron nuestros ojos. Siempre me costó mantenerle la mirada a los alguienes que me interesan. "Bueno, vamos, yo las ayudo." Volví a sonreír, ahora más abiertamente, y mientras mi amiga seguía balbuceando, cada vez más pálida, le compartí un brazo y juntos comenzamos a llevarla. Las cuadras pasaron lentas pero más firmes que antes, aliviadas por la tarea compartida. Mi amiga ya no hablaba: se preocupaba ahora por mantenerse conciente mientras yo le decía en voz baja palabras de aliento. El chico reía, y yo también, y conversabamos de cosas comunes. El frio, la noche, la salida del día, anécdotas semejantes de otro tiempo. Me sentía demasiado a gusto.
Llegamos a destino, y después de abrir el portón de mi casa le dije al chico que esperara allí. Llevé como pude a mi amiga adentro, la recosté, y volví a salir. Cerré el portón y seguí hablando con el chico. Quién era, de dónde, gracias por ayudarnos. A medida que la conversación avanzaba, estabamos cada vez más cerca. Quien sabe como termine abrazándolo, quien sabe como nos besamos. Con gran pasión.
Ahí me desperté.
lunes, 24 de marzo de 2008
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