sábado, 24 de octubre de 2009

Encuentro Nacional de Mujeres 2009

Los viajes cambian a la gente. Eso lo escuché muchas veces. De lo que estoy segura, es de que pocos pueden tocar esa fibra intimísima dentro de uno y hacerlo vibrar, como éste logró en mí. Ya había estado en San Miguel de Tucumán dos veces, pero solo como punto de partida y punto de salida de un recorrido mucho mayor. No había visto más que algunas pocas calles, unas pocas plazas. La ciudad no se había registrado con fuerza alguna en mi retina. Esta vez fue diferente. La recorrí de punta a punta, en compañía de un inmenso lío de piernas, vientres, manos, senos y ojos que se diferenciaban por miles de cosas, pero que convergían en un punto crucial: la condición de ser la cabeza debajo de la bota. De ser el último orejón del tarro. De sufrir constantemente la humillación, la subestimación, la estereotipación. Ser agredidas, violentadas, olvidadas. Todas nos unimos en eso que nos hace débiles para hacernos fuertes, y así, de una vez, poder ser, no lo que quieren de nosotras, sino lo que nosotras queramos ser. La exuberancia de nuestros gritos, de nuestro bailar alegre y seguro, de llevar con orgullo el peso de muchas cargas, conmovieron a más de uno y enfurecieron a muchos. Una mujer que quiere ser libre no es bienvenida en tierra de cruces y rosarios, donde una institución maneja muchos más recursos, económicos y humanos, que cualquier poder político de turno. Su dominio depende de que todos los que están bajo su tutela y control sigan aceptando sumisamente su destino. La historia lo demuestra: quien ha necesitado sistemáticamente la violencia y la sangre para gobernar, intentará seguir gobernando a costa de que esa violencia se vuelva sangre en carnes más frescas. Representantes de esta sagrada hipocresía se hacían presentes por decenas en las puertas de las escuelas más combativas. Dentro de ellas, voces femeninas defendían lo indefendible, y degradaban el derecho de las mujeres a decidir, ya sea sobre su cuerpo, ya sea sobre su sexualidad, ya sea sobre su condición de posibles madres. Indiferentes ante cifras que aterrorizan y con comentarios realmente aterrorizantes, se despachaban sobre derechos fundamentales de las mujeres, sin incluirlas. Muchas hicimos eco de esta agresión, y rompimos con las comisiones en que esta injusticia ocurría. Nos juntamos de manera independiente, rehuyendo de su esfera inquisidora, con varias discusiones, peleas, cantos y hasta trompadas de por medio en algún caso. Los conflictos no cesaron en el día y medio que duraron las jornadas de "reflexión y consenso". Varias caretas cayeron en el final de un patético carnaval, mostrando verdaderas traiciones. A pesar de todo, la diversidad y la lucha se hicieron presentes tanto en calles como en plazas, inundando la ciudad de colores y frases que no tienen como destino irse con el viento. Es lo que mis fotos intentan retratar: la resistencia no pasa sólo por un discurso, que suele correr el riesgo de convertise en pomposo y repetitivo. Pasa por el poder de movilización y creación de las personas, que juntas son más que la suma de las partes. Por la necesidad de reconvertir situaciones asfixiantes en acciones exuberantes. Necesidad de que los gritos se oígan y abran ojos y bocas a la vez. Una vez más, las mujeres (y no sólo nosotras) dijimos basta. ¿No es suficiente eso para hacer vibrar, no sé si a un corazón, pero al menos al lente de una cámara fotográfica?

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