miércoles, 4 de junio de 2008

Cambiar el mundo no es lavar culpas

En este último tiempo se ha dado una constante entre diversas agrupaciones políticas, religiosas o independientes: la realización de actividades en barrios humildes dedicadas exclusivamente a los más chicos. Los encargados de coordinar esas actividades, que van desde talleres de juego hasta apoyo escolar, suelen ser jóvenes de clase media con buena formación académica organizados por grupos que tienen algún tipo de poder construído dentro del barrio. En menor medida existen grupos nucleados independientemente, quienes se enfrentan a esa falta de poder con obstáculos impuestos por los que creen manejar el lugar.
Durante las actividades, que no suelen existir más que en un día concreto, los chicos buscan contención y cariño en los jóvenes. Algunos son dóciles, dulces, y otros llevan en su forma de ser las marcas del abandono vivido en su hogar: irrespetuosos, desafiantes, incluso agresivos. Sean como sean, todos comparten en un espacio común el ser marginados desde la infancia, el crecer con un resentimiento que se hace más fuerte cada día hacia todos los demás. Entre 3 y 9 horas de trabajo con concepciones distintas frente a toda una semana llena de injusticia dentro y fuera de sus casas. ¿Cuánto de este trabajo les genera un bien particular y cuánto les crea una contradicción que sus pequeñas mentes no están preparadas para soportar? Un rato de cariño que puede no sostenerse en el tiempo frente a la violencia cotidiana. Y en esta visión no estamos teniendo en cuenta la visión de los padres. Es desligarlos de una responsabilidad que como padres deben mantener, hacerles un favor que de favor tiene muy poco. Es no meterse con el problema real. Los chicos no necesitarian talleres de recreación si sus padres pudieran jugar con ellos. No necesitarian alfabetización si el Estado se ocupara de la educación como es su obligación. No necesitarían comedores si la riqueza estuviera en manos de todos y no de unos pocos, como estamos acostumbrados.
Por otro lado, están los jóvenes que concurren al barrio alentados por esa picazón dolorosa que sienten al mirarse al espejo y ver que todo anda mal y que no hacen nada para revertirlo. La culpa del buen burgués, ahogada en asistencialismo y caridad. Creer que con dar alcanza para vivir dignamente: malinterpretar la dignidad, la solidaridad. No meterse en el problema de raíz, no enfrentar la verdadera realidad. No entender que no alcanza con caminar por las calles de un barrio para sentir lo que se vive dentro de él.

(continuar después)

1 comentario:

J. dijo...

EL problema no siempre quiere no verse, en ciertos casos no se adquiere la capacidad suficiente para dar cuenta del error y qué hacer desde entonces para remediarlo. El asistencialismo tiene sus intenciones positivas, basta tan solo el canal para hacerlas una realidad concreta y eficiente.
Perder la huella no es tomar otro camino,
hay que encontrar el rastro para llegar al destino.
Te acabo de empujar un versito recien esbozado, no tiene dueño ni es una interpretacion paralela. Hasta humea de fresco.

Ya sos, basta que des cuenta de ello.