Las hay de todos los colores, etnias, pensamientos, cuerpos, lenguas, personalidad. Las hay pobres, ricas, medianas, altas, bajas, rechonchas, enfermas, sanas. Las hay violentadas, oprimidas, silenciadas, prisioneras, pisoteadas, invisibles. Las hay gritonas, rebeldes, luchadores, locas. Las hay indiferentes. Las hay de todos los tipos, de todas las definiciones que puedan ocurrirse, pero lo que hay es algo común a todas: que no somos libres si no peleamos por serlo. Es solo abrir un libro de la escuela, prender la televisión o la radio, prestar atención a un aviso de detergente, ropa o desodorantes, para sentirse totalmente pequeña y excluída. ¿Dónde están las mujeres reales? Por todos lados. Nosotras mismas, nuestras madres, nuestras amigas, nuestras enemigas... Y podría seguir. Pero estamos aquí. Tratando de desprendernos o adaptarnos a lo que otros quieren que seamos, y sientiéndonos culpables al querer ser nosotras mismas. Que el rollito de más, que la ropa fuera de temporada, que la negrura de la piel o la panza que cruje, lo mismo que los huesos. No hay mujer en este mundo que no tenga que luchar por sentirse verdadera, y la que no lucha y simplemente se adapta, vive triste, frustrada, o siente que por algún lado le falta algo. No es justo. No somos iguales, ni queremos serlo, sino que queremos ser lo que deseemos ser sin que haya una pared de violencia que se estrelle contra nuestro ser y nos deje inmóviles.
Estoy orgullosa de haber nacido mujer, con todo lo que eso implica. Y decido que voy a integrar las filas de ese grupo de mujeres en constante crecimiento, que lo único que quieren es ser libres de decidir que ser, como decir, si parir o no y cuando y como, y tantas cosas más. Y espero que seamos cada día más.

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